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sábado, 21 de agosto de 2010

Con el permiso de Cortázar

Pasó tanto tiempo sin que fuera limpiada. Es más, durante ese tanto tiempo se le fueron sumando capas geológicas de mugre, detritus, restos patológicos y fragmentos de utensilios en desuso. Hasta que colapsó. Y con el colapso, aparecieron.
Primero, tímidamente, casi con temor. Fisgoneando a los nuevos habitantes, esos utópicos que llegaban con herramientas recicladas para poner cada cosa en su lugar, limpiar a fondo y perfumar los ambientes. En síntesis, hacerla habitable, vivible. Transformar la casa en un hogar.
Una vez convencidas de que, por primera vez en muchos años, la cosa iba en serio, se largaron a hacer lo que mejor saben hacer. Depredar.
Hubo batallas fabulosas. En algunos momentos parecían bendecidas por algún sacerdote maligno. En otros, se replegaban para reunir fuerzas y arreglar sus exabruptos internos. Ahí, en esos instantes, los laburantes comenzaron a tomar conciencia de sus posibilidades. Había que unificar estrategias, consolidar la limpieza de los espacios ganados.
De tarde, cuando el sol dejaba su luz residual, uno de ellos cumplía con el ritual de la lectura, esa gozosa tradición de los primeros pobladores.
En una de esas jornadas de palabras, mates, recuerdos y planes de jolgorios venideros, la que tenía a su cargo la tarea luminosa de acercar un cuento, un poema, la biografía de un sueño colectivo personificado, irrumpió con un relato de terror. Dijo que había sido escrito por un longilíneo narrador casi olvidado, muerto en los '80 del siglo pasado y que hablaba castellano como francés, pero escribía como cabalgando los pueblos argentinos.
Les leyó "Satarsa", ese ámbito del horror en el que, de lo que se trata, es de atar a la rata.
Y allí están, con ese chillido angustioso, revolcadas en sus propias excrecencias, tratando de utilizar sus mejores armas, la confabulación, para sobrevivir ante ese inexplicable, para ellas, ataque de dignidad de los habitantes de la casa para transformarla en hogar, como queda dicho. Será arduo. Es arduo, desgastante. Van quedando jirones de vida, como dijo esa mujer.
Se dice que vieron a una de ésas, con lujosa vestimenta y glamour al tono que, munida de una cámara de televisión, arengaba a sus pares. Quien esto me contó, asegura haber visto el color de la derrota en los ojos de las ratas.
05-08-2010

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