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miércoles, 22 de junio de 2011

Elogio de la anormalidad

"Una felicidad con menos pena"
 Griselda Gambaro

No es sólo anomalía, como bien dice el filósofo Ricardo Forster. Mariano Grondona, ese ejemplar fosilizado de la aristocracia académica nacional, dijo en su devaluado programa televisivo que había que tratar de detener (ese término usó) el afán reeleccionista del kirchnerismo y volver a los nombres normales (sí, ese término usó). Mencionó, entre los apellidos normales, a Alfonsín, por ejemplo. En su diccionario de normalidades deben estar Martínez de Hoz, Videla, López Murphy, Anchorena, Carrió, Solanas (de quien dice sentirse cada vez más cerca), Macri, Biolcati, Bullrich y tantos otros que ilustran las primeras planas del hegemonismo mediático.
Pero ayer volvió la anormalidad a la sociedad argentina. Cristina Fernández seguirá siendo presidenta por cuatro años más. Es que retomó la iniciativa política después de diez días de estar contestando palos, como no sucedía desde los tiempos de la Resolución 125. Lo señaló, con el acierto de siempre, el colega Eduardo Aliverti. Clarín lo había logrado colgándose de Sergio Schoklender y su segundo matricidio, y con el sospechoso cambio de estrategia judicial en el caso Herrera Noble. También fue Aliverti el que mencionó a Guadalupe Noble, la heredera desplazada por la "aparición" irregular de Marcela y Felipe. Un misterio. Y ya lo dijo hasta Beatriz Sarlo: "Donde hay un misterio, hay que buscar la plata".
Es que nosotros, los ciudadanos de a pie, estábamos acostumbrados a ciertas normalidades perversas. A saber, y sin ánimo de agotar los ejemplos: cuando un gobierno perdía unas elecciones legislativas en mitad de su mandato, lo normal era que se sentara a negociar con los ganadores; cuando la sociedad pedía cambios de conductas, divorcio o matrimonio igualitario, lo normal era que se cediera ante las presiones de la cúpula eclesiástica; si se intentaba juzgar a los responsables de crímenes de lesa humanidad, lo normal es que se terminara transando con las cúpulas militares; cuando las cuentas fiscales estaban en rojo, lo normal era recurrir a los Fabulosos Malvados Internacionales, como dice esa hermosa canción de Los Cazurros, quienes venían presurosos a darnos créditos suicidas.
Este gobierno kirchnerista cometió, comete y, espero, cometerá anormalidades necesarias. A saber, y sin ánimo de agotar ejemplos: después de la derrota del 28 de junio de 2009, estatizó Aerolíneas Argentinas, promovió y logró la sanción de la ley de movilidad jubilatoria, instauró la Asignación Universal por Hijo y para las embarazadas, logró la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la modificación del Código Civil que permite el casamiento entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por los contrayentes; se sacó la mochila de casi todos los organismos multilaterales financieros; terminó con la sensación de impunidad y sus leyes. Y están siendo juzgados los genocidas.
En nuestro país quedan normalidades por resolver. Los formadores de precios siguen manejando la canasta alimentaria según sus ansias exportadoras. Utilizan su poder económico cuasi monopólico para extorsionar a la sociedad.
La voracidad de las mineras a cielo abierto agujerea nuestro suelo, pone y saca funcionarios y pretende secar nuestro suelo, ya seco por naturaleza.
El crédito y el acceso a la vivienda siguen dependiendo de los resortes de una ley de entidades financieras con la marca de los poderosos.
El cuerpo de las mujeres sigue siendo patrimonio del arzobispo de turno.
Los pueblos originarios siguen a merced de los señores feudales provinciales y los terratenientes de siempre.
Por el puente hacia las nuevas generaciones. Por las anormalidades que faltan y que le producen tanta urticaria al Dr.Grondona, por los sueños compartidos de las Madres y por los ADN que vienen, porque Gieco y Santaolalla y González y Herrero y Parodi y Echarri y los pueblos originarios y nosotros, los periodistas públicos, no somos ni idiotas ni corruptos. Por la cita de Gambaro con que empieza este textículo. Por todo eso y por mucho más, ¿adivinen por quién voy a votar en agosto y en octubre?
Sí, por esa anormalidad política que se llama Cristina Fernández.

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