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miércoles, 26 de octubre de 2011

Cambio de dieta

Fue la cara visible de un tiempo de angustias. Llorosa y visible. En 2001 dos trenes corrían en direcciones enfrentadas y por la misma vía. En uno viajaban los especuladores del hambre, los truhanes de la verdad y sus esbirros. Iban jugándose las vidas, las nuestras, con naipes marcados. Quedará para el análisis del porvenir si fallaron o buscaban a conciencia estrellarse contra el otro tren. En ése íbamos quienes nos levantamos cada mañana, desde hace siglos, para llevar el pan a los hijos y los ladrillos al futuro. El choque fue inevitable, purificador, sangriento y emblemático. Los muertos nos miran hoy con su sonrisa de espectros, quizá sabiendo que lo que hoy pasa lleva su marca.
En su Tucumán natal, Bárbara Flores, entonces Barbarita, fue entrevistada por la periodista María Julia Oliván para el programa televisivo "Detrás de las noticias", creado y conducido por Jorge Lanata.
Lloró ante las cámaras, como lloran los niños que tienen hambre. Sin maquillaje, a moco suelto. Las imágenes se globalizaron y el mundo supo (o se hizo el que supo) que aquí, en Argentina, morían por desnutrición los que deberían estar nutriéndose el cuerpo y el pensamiento.
La técnica comunicacional no nació con ese episodio. Tal vez haya sido Pinky, la inefable conductora devenida en política macrista, quien haya inaugurado en los sesentas ese maldito método de conmover el morbo del televidente. Fue, creo recordar, en Santa Fe o alguna otra zona del Litoral. Una inundación más había dejado el tendal de pobres desparramados y al amparo (o desamparo) de la caridad cristiana y el tardío y escaso auxilio estatal. Hasta que no hizo llorar a un hombre rudo físicamente pero quebrado en su autoestima, no paró. Después fue Piero el que cantó "La inundación número no sé cuánto", para pedir "que se vaya la televisión", con ritmo de chamamé.
Pero la televisión no se fue nunca más de donde corre sangre o donde la desgracia sienta su culo infernal. La televisión vende. Lo demás es lo de menos, inclusive la dignidad.
Perdón, cierta televisión. No toda.
Vuelvo a Barbarita. Hoy ya es Bárbara. Hace muy poco, la otra televisión, la pública, la fue a ver. Estudia, sigue tímida y ya no llora en cámara. Recibió una netbook, como cualquiera de los chicos y pibas de las escuelas estatales del país. Su papá tiene trabajo genuino y tampoco brindó un show de desgracias para alimentar el rating.
Mientras escribo este textículo me informan que Jorge Lanata fue internado, grave, en el Hospital Británico de Buenos Aires. Junto con el sincero deseo de que vuelva a provocarnos con sus delirios decadentes, se me ocurre pensar en ciertas paradojas paradigmáticas. Hoy, Bárbara Flores (por favor,ya no más ese Barbarita minusvalente) está mejor que su "descubridor". Y no me refiero al peso corporal. O no sólo a eso.
Es que hemos cambiado la dieta. Hasta no hace mucho, era ingrediente de la entrada, el plato principal y el postre. Hasta en el mate, el café e infusiones varias, había una fuerte presencia de él. Pero, está comprobado, los argentinos ya no comemos vidrio.

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