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domingo, 20 de mayo de 2012

Metáfora zurda

Perdí esa batalla. Entre un sexagenario que gusta de alimentarse con pastas, dulce de leche, selvas negras y masas secas, y ella, tan fina, fibrosa y aclimatada en las montañas, era una fija apostar a ganador. Me peleé con una tabla. Así de boludo fui. Ella se levantó a mi paso e introdujo su cuerpo enhiesto entre mis piernas. El golpe fue, como suelen ser los de Estado, feroz, cruento y sorpresivo. Sintetizo. Mi nariz, prominente por naturaleza, pasó de color rojo tomate a morado higo maduro (o de berenjena salvaje, como dice Graciela), en pocas horas. Los facultativos que, presurosos, me socorrieron en la mismísima lona del ring charamuscado, diagnosticaron "escoriaciones superficiales en manos, nariz y mentón". Eso que en el barrio llamamos raspones. Son queridos amigos, ya se imaginan.
Pero la procesión iba por dentro. La tablita asesina carcajeaba al sol. Se irguió de izquierda a derecha, como sucede a menudo con ciertos personajes. Mi codo izquierdo comenzó a inflamarse, aunque nadie lo veía. Era inútil, su histeria estaba oculta bajo los pulóveres, sacos y remeras varias que portaba el derrotado, a instancias de mi ángel guardián, de polaca ascendencia.
Omití decir (y aquí salvo el error) que la ocasión pintaba de festejo. Una perla femenina que, en rigor de verdad, no se llama así, nos había convocado a libar, manducar y celebrarla. El día era propicio y el lugar, montañescamente inigualable. Puro aire puro y una mermelada de fraternales compañeros.
El asunto es que el herido se hinchó, se puso rígido y fue cómplice y, a la vez, víctima del dolor y le dejó toda  iniciativa de actividad a su derecha.
No hace falta una caída para que suceda. En la anatomía humana los codos, se sabe, son los que articulan los movimientos del brazo. Al intentar mover el mío, el izquierdo, sentí una ráfaga como de corriente eléctrica, una percepción que, felizmente resultó falsa, de interior roto, que me paralizó. Después, ya con analgésicos nadando entre mis vísceras, descubrí que esa sensación de fragmentación de las funciones no era ni más ni menos que una metáfora del recurrente juego de cierta izquierda ultra que termina otorgándole toda la posibilidad de articulación a sus pares diestros.
Sin embargo, el episodio tuvo su final, no digo que feliz porque mis tejidos blandos requieren todavía de varias jornadas de sana sana codito de rana, pero, al menos, no hay fracturas ni fisuras, tan habituales en estos casos (y en las reuniones celebradas para reunir todas las fuerzas proletarias de los cinco dirigentes que tienen la precisa), tal como diagnosticó la bella doctorcita que me despidió en la guardia del hospital con un beso en la mejilla. En la izquierda, como corresponde. Es que los jóvenes, cualquiera sea su sexo, ya saben que este abuelo articula con ellos.
Imaginen entonces que los huesitos del codo pasen a llamarse Emeesete, Peteese, Po, Vanguardiaobera, Corrienteaníbalverón y así hasta formar un Frente C.O.D.O. (Coordinadora Obtusa Deteriorada Ombliguista). No habría yeso que los aguante.
La coda de este textículo no es la amante del codo. Es que ciertos fracasos y dolores disparan metáforas de la vida cotidiana.

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