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viernes, 8 de junio de 2012

No cualquiera

Empiezo por los nombres para que se conozcan los personajes de esta obra contemporánea. A la protagonista  ya la conocen. Es Micaela Lisola, la piba sanjuanina de 16 años que quiso contarle a sus compañeros de estudios qué significaba el 24 de marzo en nuestro país. Como es de público conocimiento, la presidenta destacó el gesto y destacó también el curriculum de María Isabel Larrauri, la rectora de la Universidad Católica de Cuyo que, literalmente, le arrancó el micrófono a la joven y la sancionó con amonestaciones. Cristina le mostró a la sociedad argentina una foto de la arrebatadora y disciplinadora con Videla, Menéndez y otros sátrapas, en tiempos un poquitín perversos. Y aquí hace su entrada en escena el otro protagónico del dislate. Se llama Alfonso Delgado Evers y es obispo de San Juan.
El tío Google dice que, aunque tiene un hermano desaparecido en dictadura, respaldó a Isabel Larrauri en su actitud censuradora. La rectora le había dicho a Micaela que el asunto de marras "No estaba chequeado", como si fuese un boleto de avión. Está chequeado desde el 2 de agosto de 2002 y se llama Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, según reza (una delicadeza mía, che) la Ley 25.633, sancionada por el Congreso Nacional. Pero, en fin, sigue diciendo don Alfonso que en ese colegio sí se habla de la dictadura. Cabe preguntarle cómo. Si, por un lado, no se considera un episodio histórico fehacientemente probado, ¿qué hace doña Isabel acompañada de esos conspicuos genocidas en la foto que mostró la presi? Además, ¿no tiene en cuenta el señor prelado que, por muy Opus Dei que sea, debe cumplir con una ley de la Nación?
Sigue Alfonso, con un argumento tan delgado como su apellido. Que no es un tema, el gesto de Micaela, tan importante como para que Cristina se ocupe de él. Que le parece más preocupante cómo hace el curita para llegar a fin de mes.
Así que, por favor, agregue a la lista de casos increíbles, a saber: que un señor creó el mundo en siete días, que una señora dio a luz un bebé no concebido sexualmente, que ese bebé, ya crecido, fue asesinado, pero resucitó ¡tres días después!, que otro señor, con nombre de tubérculo alimenticio y que vive en el Vaticano no se equivoca nunca (ni siquiera para elegir mayordomo o directores de bancos). Entonces agregue, digo, que el obispo de San Juan, Argentina, tiene dificultades económicas para llegar a fin de mes. Es como dijo Isidoro Blaisten: "Creer o reventar. Pues entonces, reventar"
Pero el otro razonamiento, más flaco todavía que el anterior, es que "cualquiera", en esa época, podía sacarse una foto con alguien con gorra. Sí, a mí me pasó. Tengo una foto con el guía turístico de la casa de Trotski, en Coyoacán, México. Se llamaba Jesús (una picardía de la historia que un Jesús me cuente la vida de Trotski), usaba una gorra similar a las que eran comunes en el Ejército Rojo, pero sospecho que don Alfonso no se refería, precisamente, a ese tipo de gorras.
Se me ocurre que cualquiera no. Ni Norita de Cortiñas, ni Osvaldo Bayer, ni Rodolfo Walsh, ni Mempo Giardinelli, por nombrar algunos de mis referentes éticos, tienen fotos con gorras genocidas. Al menos, no voluntariamente. En cambio, abundan los archivos en los que hombres de sotana posan, beatíficamente, junto con los criminales de uniforme o de traje y corbata. Es más, en algunas imágenes se los ve asistiéndolos espiritualmente.
Así que cualquiera no. Cómo en aquel sketch de Les Luthiers: "Sólo unos pocos elegidos".

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