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martes, 2 de octubre de 2012

El nombre

"Señores yo estoy cantando
lo que se cifra en el nombre"
Jorge Luis Borges


Fue un lamentable error. Así se justificaba el padre cada vez que, asombrados, los interlocutores le preguntaban por qué había elegido ese nombre para el primogénito. Un nombre que le marcó la vida y lo guió hacia un destino impensado.
Don Roberto Cos, el papá, siempre quiso ser médico. O matemático. Cuando comenzó su noviazgo con Florencia Quíos, ambos tenían 17 recién cumplidos, se dijo que la conjunción de los planetas (Roberto creía en esas boludeces) le ratificaban su vocación. Ella tenía el nombre de pila de la enfermera más famosa de la historia: Florencia Nightingale. La primera vez que lo charlaron salían del telo y estaban exultantes. Él le propuso que se casaran y si tenían un hijo varón le pondrían Hipócrates. Venían los dos de familias muy humildes y habían dejado en el camino el frustrado intento de ingresar a la Facultad de Medicina. Sus trabajos eran incompatibles, por horarios y costos, con los estudios universitarios.
Pero llegó el varoncito. El parto, natural y el bebé, sanito. Fue Roberto quien hizo el trámite de inscripción en el Registro Civil. Había averiguado que su apellido coincidía con el nombre de la isla griega en la que nació Hipócrates, el paradigmático médico del Siglo de Pericles. Y que el de Florencia también remitía a otra, en el Mar Egeo, cerca de la frontera con Turquía, donde había venido al mundo el otro Hipócrates, el matemático del siglo V, antes de nuestra era, y que descifró la cuadratura de la lúnula. Estudió y aprendió a explicar que la intersección de dos círculos superpuestos se llama, precisamente, lúnula. Estaba cantado, su hijo se llamaría Hipócrates Cos Quíos.
Dicen los testigos del despropósito que ninguno de los participantes del momento en cuestión resistían un dosaje alcohólico. Ni el padre, ni esos testigos. Ni siquiera el funcionario público. Todos se sumaron al agasajo que Roberto Cos llevó en envases del mejor Malbec mendocino. Tal vez a eso haya que atribuir el error. El niño fue inscripto como Hipócritas Cos Quíos. Y quedó marcado para toda la vida.
Ante la pila bautismal ocurrió algo parecido, pero esta vez el descuido del sacerdote tuvo que ver con el escote de la joven madrina. El cura tenía los cuatro sentidos (el quinto, el del tacto, le estaba vedado en público) puestos en el canal que separa los pechos de la morocha. Obviamente, para él el nombre del niño (y el de la muchacha también) era un detalle apenas.
Hipócritas creció, hizo una primaria a los saltos (sus compañeros lo llamaban Hipo) y en la secundaria empezó a sentir que su nombre le indicaba un destino manifiesto. Cuando estuvo en condiciones legales de pedir la intervención judicial para corregir su identidad consideró que valía la pena probar cómo resultaba la vida llevando ese nombre.
Te la hago corta. Se recibió de ingeniero en Ciencias Administrativas y Financieras. Hizo el master respectivo en una universidad norteamericana que le costó cincuenta mil dólares, como usted ya sabe. Hipócritas se hizo empresario, escaló posiciones hasta asumir como CEO de una multinacional energética. Sus remuneraciones alcanzaban cifras tan interesantes que le permitieron efectuar donaciones suculentas a instituciones benéficas, religiosas y laicas, e incrementar su influencia en los círculos cercanos al Poder. Sincero hasta la exageración, rechazó la propuesta de ser legislador nacional en una lista del Partido Progresista Reaccionario, agrupación política de abolengo. Desistió porque la única exigencia de sus líderes era que debía mutar su nombre, de Hipócritas a Transparencio. Lo consideró de mal gusto, pese a que ese nombre tenía reminiscencias rurales.
Hipócritas Cos Quíos es un ciudadano modelo y aspira, como todo cristiano debidamente bautizado, a tener una descendencia que le garantice una vejez apacible y el reconocimiento eterno de los pobres de su patria ante tanta filantropía.
Sin embargo, se lo ha visto cabizbajo a don Hipo últimamente. Según sus allegados más íntimos la razón de esa depresión hay que buscarla por el lado de sus hijos. Es que Egea y Jónico se recibieron de médicos con excelentes notas y recién graduados comenzaron a trabajar en zonas marginales de su ciudad, cuidando la salud de mujeres, niños y ancianos Todos feos, sucios y malos.

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