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lunes, 1 de agosto de 2016

El precio de la angustia

                                                    A Ernesto Espeche


La pieza estaba casi en penumbras. No sé por qué. Era en ese horario en que ya empieza a anochecer, pero aún no encendemos las luces. La charla hacía juego con el ambiente. Lenta, profunda, gris y atrapante. Como la penumbra casi siempre.
Alejandro sostenía el grabador mientras él y yo conversábamos. Él era, es, Christian Ferrer, filósofo y escritor (Me permito recomendarles la lectura de "La amargura metódica", Sudamericana, 2014, una potente biografía de Ezequiel Martínez Estrada con un título que lo pinta más al autor que al biografiado, me parece.). Alejandro era, es, Alejandro Crimi, amigazo, editor y compinche de pensares y sentires libertarios. Yo era, soy, yo.
Ferrer había llegado a Mendoza para participar de un ciclo de charlas que Alejandro organizaba. Una de sus tantas travesuras culturales. Cómo olvidar que, además, bebimos también de la sabiduría luminosa de León Rozitchner. Pero eso es para otro momento.
Atravesábamos el calvario de la segunda mitad del menemato (el copyright del término le pertenece a Mempo Giardinelli) y no sé, no recuerdo cómo, llegamos al tema de la angustia. Aunque puedo imaginarlo. Le pregunté al filósofo por ese verso de Silvio Rodríguez que dice que "La angustia es el precio de ser uno mismo". Me miró, creo que me miró (ya estaba muy oscuro. Él, la tarde y el mundo), pensó un segundo que me pareció interminable y dijo: "No me gusta Silvio Rodríguez y creo que la angustia es el precio de no ser uno mismo". Fin del recuerdo.
De ése, porque él me llevó a mi recuerdo de la la lectura de "Historia del cerco de Lisboa" (Alfaguara, 1989), la novela en la que Saramago hace que el "no" como concepto disruptivo y revolucionario sea el gran protagonista dialéctico de la historia (la del libro y la de la humanidad toda), más allá de las figuras humanas que lo padecen y, después, lo aprovechan.
Doy todas estas vueltas para llegar a Macri. Y pido disculpas por mezclar a un filósofo de la envergadura de Ferrer y un humanista y escritor de la talla de Saramago con el estafador político de moda.
En su discurso en Tucumán el 9 de julio pasado el coso hizo mención a la angustia. Mientras le rendía pleitesía amorosa a Juan Carlos de Borbón, el emérito monarca español, especialista en matar elefantes, le atribuyó a los patriotas de 1816 ese "estado de intranquilidad o inquietud muy intensa causado especialmente por algo desagradable o por la amenaza de una desgracia o un peligro" (Copio textual, como se ve, la definición de la Real Academia, la gendarmería del lenguaje castellano). Desagradable y desgracia  Así habría sido aquella militancia (no se lo cuenten a Prat Gay), desagradable y desgraciado independizarse de España.
Pocos días después Cristina (¿cómo cuál Cristina, hay otra?) interpretó que Mauricio (¿cómo cuál Mauricio, hay otro?) hacía catarsis. Nacido y criado en cuna de oro y hogar de nuevos ricos (usted ya sabe, francamente, cómo se hicieron ricos los Macri. No abundaré en detalles siniestros), pensó la Morocha, se había encontrado, a partir del 10 de diciembre pasado, ante la inquietud desagradable de tener que trabajar. Y, para colmo, de cara a la gente, como gustan llamar los de su clase al pueblo. En síntesis, según la Presidenta Mandato Cumplido, era su propia angustia de él (según me decía don Crescencio Granados Silva, mi cuate, en Xochimilco) la que relataba esa mañana.
No sé si la interpretación es o no "psicologista" como ella misma se atajó, pero sí sé que son los más humildes los que saben del precio de las angustias a las que se ven sometidos por los desaguisados perversos del neoliberalismo plus con que la globalización timbera practica en nuestros países.
En fin, que como me enseñó Ferrer aquel atardecer inolvidable en Radio Nihuil, la angustia de Mauricio parece ser la de un tipo que no es él mismo sino la representación titiritesca de una clase social parasitaria, cavernícola e insaciable.

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